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Carta de Octavio Paz a Julio Scherer García

7:47 Publicado por Semanario Voces

Querido Julio:

Te envío mis respuestas a tus preguntas: No a todas: eran muchas y muy amplias. Contestar a la primera requirió páginas y páginas; al terminar, me di cuenta de que, de manera indirecta, había tocado también muchos de los temas que mencionas en tu cuestionario. Di un salto y escogí otra pregunta; era igualmente extensa y la respuesta me tomó algunas horas; al releerla, advertí que de nuevo había contestado a otras de tus cuestiones. Quedan, sí, algunas cosas por responder. Era imposible extenderme más. Lo siento.

Para darle un poco de ligereza al texto, intercalé aquí y allá varias preguntas de mi invención. Unas pretenden reflejar, no sé si con fidelidad, tus puntos de vista; otras, son cuestiones y objeciones que me hago a mí mismo. Tus preguntas, para distinguirlas de las mías, aparecen en letra cursiva... Y después de estas explicaciones, me atrevo a confiarte dos o tres cosas.

Voy a cumplir 80 años. A esta edad vemos al mundo con cierto desprendimiento, a veces con una mirada melancólica y otras irónica. Nunca tuve ambiciones políticas; tenerlas ahora sería ridículo. La acción tampoco me tienta; ya es tarde para lanzarse a deshacer entuertos o conquistar tierras desconocidas. A esta hora Don Quijote se resigna a ser Alon-so Quijano y se dispone a poner en orden su alma. Aunque las ideas –a falta de la Idea– todavía me apasionan, hace mucho que estoy de vuelta de las ideologías. Amo la vida y reverencio a sus misterios, sobre todo a los mayores: el nacer, el enamorarse, el morir. A veces me digo: estás hecho de tiempo y el tiempo pasa. Precisamente porque el tiempo pasa y porque no cesa de sorprenderme que pase, decidí responder a tus preguntas sobre la actualidad política de México y del mundo. Esa actualidad es parte de mi tiempo, parte mía. Pasa conmigo y yo paso con ella. Pero al contestar a tus preguntas no me guió nada personal, ningún deseo de ocupar esta o aquella posición, ningún propósito de favorecer a un partido, una persona o un grupo. La política, para mí, es una parte de la historia; mejor dicho, es historia viva, realidad cotidiana que todos vivimos. Hablo de ella como hablo del tiempo y del diario acontecer, de las alegrías y las penas, de las esperanzas y las decepciones, de los amores y las amistades, de las desgracias y los golpes de suerte de la caprichosa fortuna. Entre la vida pública y la privada la comunicación es continua y nunca sabemos a ciencia cierta en dónde están las fronteras entre una y otra.

Sé que muchas de mis opiniones irritarán a más de uno. Ya estoy acostumbrado. Desde que comencé a escribir provoqué antipatías y malquerencias que no pocas veces se convirtieron en anatemas y excomuniones. Mis opiniones literarias y estéticas extrañaron a algunos e incomodaron a otros; mis opiniones políticas exasperaron e indignaron a muchos. Tengo el raro privilegio de ser el único escritor mexicano que ha visto quemar su efigie en una plaza pública. No me quejo: también tengo amigos, críticos generosos y, sobre todo, lectores fieles. Temo, sí, que algunas de mis respuestas susciten otra vez comentarios airados y que los de siempre me llamen vendido al poder y otras lindezas. Ante esto, sólo puedo decir: mis opiniones son pareceres y acepto de antemano que puedo equivocarme. Pero mis equivocaciones y mis errores son de buena fe. No busco nada con ellos, salvo ser fiel a mi conciencia.

Luis Buñuel me dijo alguna vez: lo que me inquieta de la muerte es que ya no podré ir al kiosko de la esquina y comprar Le Nouvel Observateur para enterarme de lo que pasa en el mundo. Pienso lo mismo: la suerte del mundo todavía me interesa. Y más: me apasiona. Se dice que cada hombre es un mundo; habría que añadir: cada hombre es parte del mundo. Lo que le pasa al mundo, me pasa a mí. Me hiciste muchas preguntas sobre México y yo añadí otras. Mis respuestas no son un testamento sino un memorial, en el buen sentido de la palabra. Relación y recuento de lo que creo, pienso y quiero. Los temas de mi memorial son los de todos los días y están marcados con el sello de lo transitorio. No son ideas sino opiniones: están destinadas a fundirse con la actualidad inmediata y a desaparecer con ella. Son mi tributo al tiempo, a los tiempos que corren.

Termino: mi memorial está dirigido a un legatario no expreso, sin nombre, pero preciso e invocado: el lector o lectores que sueña todo escritor verdadero. El lector, los lectores: encarnación del tiempo que pasa y que, de pronto, tiene cuerpo, ojos y pensamientos. Por fidelidad a ese lector que es el tiempo en persona, escribí muchos artículos y notas sobre la actualidad literaria, artística y política. No me arrepiento: hay el tiempo de la poesía y el del amor, hay el tiempo de la pelea y el de la conversación, el del diálogo con las sombras y el tiempo del silencio. Hay que vivir los distintos tiempos y, misión del artista, hay que destilarlos. Ante el mar de Mallorca –actualidad pura, sin historia y sin anécdotas, presencia sin más– Rubén Darío descubrió su “antigüedad” y escuchó fragmentos de las confidencias que se hacen el ser y el no-ser. Un día, ante el mismo mar, en homenaje y respuesta a nuestro maestro, escribí estas cuatro líneas:

Aquí, frente al mar latino,

palpo lo que soy:

entre la roca y el pino

una exhalación.


(Publicado en la revista Proceso 1643)
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