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Cultura
En este espacio se mostrarán los titulares de los diarios del Área Metropolitana de Guadalajara.
En este espacio se mostrarán diversas informaciones sobre tecnologías de la comunicación.

Yo, por el voto nulo.

17:03 Reporter: Semanario Voces 0 Responses
Javier Sicilia

La reciente campaña para anular el voto –el único ejercicio democrático de dignidad ciudadana en estos tiempos miserables– tiene razones poderosas: la descomposición del gobierno, la violencia del crimen organizado y del Estado contra la ciudadanía, la corrupción de los partidos, la reducción de lo político a
campañas electorales basadas –en el país de la miseria– en millonarias inversiones publicitarias –el eslogan de pésima calidad y la imposición totalitaria de los rostros de sus candidatos–, el sometimiento del Estado a los intereses del Mercado; en síntesis, el pudrimiento de la vida política; lo político reducido a la
corrupción de una clase parásita que le cuesta demasiado a un país empobrecido por ella.
Sin embargo, estas razones de orden ético no son la causa, sino síntomas de dos realidades que en menos
de 10 años han conducido al mundo a una crisis global: la economía como el único valor al cual se ha
supeditado el complejo tejido social, y la desproporción del Estado como principio rector de la
conformación social. Del primero me he ocupado abundantemente en estas páginas. Del segundo he
hablado menos. Recurro a un teórico olvidado y actual, Leopold Kohr, y a un pensador mexicano, Roberto
Ochoa, que próximamente publicará un libro fundamental, Muerte al Leviatán.
Así como en biología Haldman y Thompson formularon la teoría de la morfología biológica, cuyo tema es
la proporción que existe entre el tamaño y la forma de los seres vivos –tal forma y tal ser sólo pueden
existir a cierta escala, pues pasado cierto umbral en el crecimiento o la disminución de su tamaño los haría
perecer–, Kohr y Ochoa muestran que la descomposición de un país –cuyas causas en el nuestro llevan a la
campaña de anulación del voto– se basa en un crecimiento desproporcionado del Estado que sólo puede
mantener su existencia mediante todas las formas posibles de violencia –desde la guerra sucia y la
manipulación mediática hasta la represión y el crimen.
Para que una democracia sea, es necesario que permanezca en una escala en la que –como en la Grecia de
Pericles o en el zapatismo y sus Caracoles– la vida política sea la de un mundo en donde todos se conocen.
Pasado ese umbral, la lógica de la soberanía que hace perder la proporción y la diferencia sólo encuentra
sustento en la escalada de poder; así, un Estado utilizará cualquier tipo de violencia que le permita
acumularlo. De esa manera, la vida política deja de ser el sitio del común para convertirse en el de la guerra
por el poder, el sitio para el crecimiento desmesurado en contra de cualquier bien.
Esta idea del crecimiento permanente, que tiene su rostro más claro en la noción de desarrollo que el
Estado auspicia, es absolutamente moderna en la medida en que, escribe Ochoa, sólo en la modernidad “el
hombre se considera soberano del mundo y señor de la naturaleza (y) piensa que los límites son sólo
obstáculos” que puede superar por la fuerza. “El Leviatán (la invención de Hobbes que nuestra modernidad
toma como un axioma y no como una construcción histórica que ha entrado en una crisis fatal) ha borrado
los márgenes físicos dentro de los cuales (el cuerpo de la vida social, el común) encuentra su tamaño
apropiado, (ha creado un) espacio neutro y abstracto en el que aquí y allá ya no son proporcionales, sino
iguales (y piensa) que desde aquí (un locus proporcional) puede extenderse siempre ‘más allá’ sin
consecuencias: ocupar, conquistar y dominar”, bajo la máscara de la administración y no de la política. Así
es como la vida democrática –reducida al voto– destruye el común e instaura la tiranía de los partidos, de
las corrupciones, de la violencia de Estado, de las guerras intestinas por el poder y el uso del Mercado, de
la distancia entre el gobierno y la vida ciudadana, y de la utilización de esa vida como mera carne electoral
que legitime la condición parásita de los partidos.
La llamada a la anulación del voto es así una protesta oscura que habla del desfondamiento no sólo de un
modelo económico que ha llegado al más alto grado de su contraproductividad, sino de un modelo político
que en su gigantismo también ha dado de sí y se ha vuelto apolítico. Con ese “No” en las urnas, los
ciudadanos no debemos buscar la recomposición del Estado y sus instituciones –es precisamente su
desmesurado tamaño el que ha generado la descomposición de la vida política que provoca nuestro
hartazgo–, sino acotar su ambicioso poder de dominación y construir una nueva Constitución basada –
como lo propone lo mejor del zapatismo– en la proporción, en los límites, en las autonomías, donde la
confianza mutua permite el florecimiento de las verdaderas democracias y las verdaderas economías. Se
trata –vuelvo a Ochoa– de redefinir umbrales, esos lindes que, acotando el poder, separan “el terreno
inhóspito del habitable (y a partir de los cuales) podemos edificar un ‘techo común’ que nos resguarde y
nos permita hermanarnos”.
Es la única salida frente a las desmesuras del Estado y el Mercado. Una salida dolorosa, como todo aquello
que quiere la salud. Buscar paliativos es sólo alimentar la enfermedad que nos llevará a la muerte y a
perder de vista la sustancia de lo que puede salvarnos.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos,
derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la
Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar a los presos de Atenco y de la APPO, y hacer que Ulises
Ruiz salga de Oaxaca.

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Voto de protesta, ¿y después, qué?

16:52 Reporter: Semanario Voces 0 Responses


José Antonio Crespo
Proceso.com.mx
Optar por el voto de protesta (sea nulo, o a través de un candidato independiente) es la solución a un dilema personal; si por un lado no se quiere respaldar a ningún partido –por no identificarse con ninguno de ellos, por considerar que no han cumplido su compromiso con la democracia, porque no han combatido la corrupción y la impunidad– pero por otro lado tampoco se quiere caer en la apatía e inacción que supone la abstención, la vía de conciliación es acudir a las urnas, cumplir con la obligación legal de sufragar y aprovechar la boleta para expresar la inconformidad por medio de una de las opciones que ofrece el Cofipe. Hoy por hoy, la ley contempla nueve opciones legales; ocho por cada uno de los partidos con registro, y la novena, que permite sufragar por la invalidación (con un candidato no registrado o el voto nulo), es pues una opción legal y, por ende, legítima. Invalidar el voto –con cualquier modalidad– constituye también una estrategia política: enviar, por vía institucional, democrática, legal y civilizada, un claro mensaje de inconformidad, para que los partidos incorporen algunas de las reformas planteadas hace años con miras a airear, mejorar y democratizar el estrecho oligopolio partidario. A) Una de las preguntas recurrentes en esta polémica es si un significativo voto nulo podría ser eficaz para orillar a los partidos a realizar las reformas que refresquen –no que destruyan– el sistema de partidos, y abran –no que cancelen– la representación política. José Woldenberg dijo hace poco: “Cuando ha habido reformas no es porque la abstención haya crecido, sino cuando se genera un diagnóstico de algún problema y se hacen avanzar algunas propuestas, es decir, se crea un contexto de exigencia real con diagnóstico, con medidas y con horizonte” (Proceso, 31 de mayo de 2009). Justamente eso es lo que los “anulistas” queremos generar, adaptando la protesta cívico-electoral a las condiciones actuales. No se logra ya votando por la oposición ni, es cierto, con el abstencionismo. Pero el voto de protesta (nulo y de protesta) puede generar ese contexto de exigencia. De hecho, el propio movimiento anulista ya lo generó. ¿De qué depende el éxito de la estrategia? Me parece que, fundamentalmente, de la disposición de los partidos a reconocer que ya hay una crisis de representación política. Es decir, como señala el propio Woldenberg, “de la forma en que los propios partidos lean esta señal”. Se busca con este debate que los partidos lean en el anulismo (más allá de los votos nulos) una fuerte inconformidad hacia el sistema partidario. El voto de protesta y la abstención no constituyen la enfermedad, sino un síntoma de ella, como muchos (anulista y no) ya lo han señalado. La elección sólo será un termómetro. ¿Cuánto voto de protesta sería necesario para considerar que la estrategia ha sido exitosa? No hay cifras clave; el número suficiente para que los partidos lo reconozcan como una expresión legítima (cosa que hoy no hacen) y actúen en consecuencia, realizando las reformas básicas que beneficien la participación ciudadana y limiten sus privilegios. Muchos aseguran que eso no ocurrirá, sea cual sea la magnitud del voto de protesta. Otros pensamos que, siendo los partidos pragmáticos, y por ende necesitados de legitimidad, ante una fuerte expresión de protesta electoral terminarían aceptando su existencia, abriéndose a las demandas ciudadanas. Si los partidos en efecto fueran inconmovibles a la protesta disidente, el PRI seguiría gobernando como si nada, incluso con mayorías calificadas. B) Otros piensan que, incluso de ser considerable el voto nulo o el abstencionismo, la protesta se esfumará y será estéril, pues no hay una organización estructurada ni líderes que la conduzcan. En efecto, el movimiento es resultado de la confluencia de varios ciudadanos, grupos y organismos desarticulados que pensaron, cada uno por su lado, en el voto nulo como forma de inconformidad y protesta. Los partidos tendrán que recibir y tomar nota del reclamo anulista, y agruparlo en un paquete viable. Lo harían vigilados
por la opinión pública. Muchas de esas propuestas ya están en el Congreso desde hace años, pero duermen el sueño de los justos (precisamente porque afectan los privilegios de los partidos). Por lo pronto, creo haber detectado en las organizaciones y promotores más visibles del movimiento anulista, coincidencias al menos en los siguientes puntos: 1) Facultad para sancionar o premiar de forma personalizada a nuestros representantes; 2) candidaturas independientes para el Congreso y las alcaldías; 3) incorporación del voto de protesta en la boleta (por ejemplo, con el recuadro “ninguno”) y que cuenten como parte del voto válido para fines de financiamiento público (lo que ya ocurre en Argentina, Colombia, Chile y España); 4) reducción del financiamiento de los partidos, así como del salario de los legisladores (los diputados alemanes ganan aproximadamente 120 mil pesos, al tipo de cambio actual, frente a más de 150 mil, por lo menos, de sus homólogos mexicanos), y la eliminación de sus privilegios fiscales; 5) incorporación de figuras de participación directa a nivel federal (que ya existen en varios estados). Se manejan otras propuestas, desde luego, en las que difícilmente hay consenso en un movimiento tan heterogéneo. Pero con los cinco puntos planteados se ganaría mucho en términos de representación política y de participación ciudadana. Y absolutamente nadie, tras los comicios, podrá reclamar legítimamente la representatividad del movimiento, pues quienes anulen el voto no estarán sufragando por nadie como su representante, sino por una apertura visible del sistema partidista. C) Quienes niegan la racionalidad del voto de protesta como opción legítima –particularmente los propios partidos políticos– han montado una campaña de desprestigio contra este movimiento. Lo han calificado de antidemocrático, anticonstitucional, irresponsable, retrógrado, antiinstitucional, cuasi subversivo y hasta antipatriótico. Hasta ahora, pensaba que eso ocurría cuando se violaba o ignoraba la ley, no cuando ésta se cumplía con estricta puntualidad (decía don Pablo González Casanova que en México lo más revolucionario es aplicar la ley). También se ha articulado una campaña de miedo –tan recurridas en nuestros comicios– sobre las nefastas consecuencias de esta expresión ciudadana. Dice, por ejemplo, Germán Martínez Cázares: “¿Ya pensaron a qué dictador autoritario quieren los abstencionistas?... Mañana pueden organizar no pagar impuestos… y más tarde el ‘que se vayan todos los partidos’” (El Universal, 2 de junio de 2009). Y Jesús Ortega se lamenta: “El voto nulo es una acción demagógica, peligrosa y perversa. El abstencionismo sólo produce autoritarismo” (Reforma, 5 de junio de 2009). En todo caso, eso dependería de cómo reaccionaran los partidos. La responsabilidad es hoy del electorado frente a las urnas. El balón está en nuestra cancha y muchos queremos devolverlo a los partidos con un claro mensaje de protesta e inconformidad. Después de los comicios, la responsabilidad será prioritariamente de los partidos. Si ante un robusto reclamo cívico hacen como que les habla la Virgen, entonces las cosas en efecto se pueden descomponer aún más. Pero lo que siga será su responsabilidad, no de los electores que quieren votar, pero no por alguno de los partidos. Los tiempos son también importantes. Si los partidos aceptaran la legitimidad del movimiento y la justeza de sus reclamos, distenderían el ambiente. Al cerrarse, lo tensan más, y producen efectos contraproducentes a los que desean (muchos que querían votar por un partido, al ver la reacción de todos ellos, se han inclinado por la anulación). Mientras más pronto reconozcan la crisis de representatividad y reconozcan el reclamo como legítimo, más probabilidades habrá de abrir una importante válvula de escape al descontento ciudadano, y el anquilosado sistema de partidos será más representativo, legítimo y funcional. Por lo pronto, me parece sano y refrescante el debate que sobre este tema se ha suscitado. Ojalá los partidos entiendan y atiendan esta expresión de inconformidad en lugar de eludirla, descalificarla y censurarla. Y si eso ocurriera antes de los comicios, mucho mejor para todos.

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El voto nulo: la incógnita

16:49 Reporter: Semanario Voces 0 Responses
Jesús Cantú
Proceso.com.mx
Las campañas que impulsan diversas variantes del voto de protesta lograron captar la atención de los medios de comunicación y, aunque sus resultados son todavía una incógnita, es un hecho que moverán algún porcentaje de electores, tal como hizo en 2000 la campaña del llamado voto útil. Sus razones son irrebatibles: los partidos políticos se alejaron de la ciudadanía; en la última reforma electoral se aseguraron un altísimo financiamiento público (particularmente el ordinario) y aumentaron los requisitos de entrada para los nuevos partidos políticos. Así mismo, de acuerdo con el análisis del Comité Conciudadano, en el actual proceso electoral decidieron más de 90% de sus candidaturas mediante procedimientos cupulares. La intención del voto de protesta es alcanzar un porcentaje lo suficientemente alto que orille a los partidos a atender algunas de sus demandas: permitir las candidaturas no partidistas; disminuir el financiamiento público (en 50%, establecen algunos promotores del voto nulo); incorporar en la legislación electoral la figura del voto en blanco, que ya es reconocida en otros países; y, desde luego, que los partidos adopten modalidades democráticas para la selección de sus candidatos. La debilidad de esta iniciativa es la ausencia de coordinación entre las diferentes convocatorias, lo que provoca que unos llamen a escribir en el recuadro de candidatos no registrados su decisión (unos impulsan a Esperanza Marchita, y otros, más a nivel regional, a Papanatas); algunos convocan a depositar la boleta en blanco, y otros a anular el sufragio, ya sea con una leyenda de protesta, un nombre o simplemente tachando toda la papeleta. De prevalecer esta variedad de opciones, el voto por los candidatos no registrados se contabilizará en un espacio asignado para tal efecto en las actas de escrutinio y cómputo, mientras las boletas en blanco o anuladas quedarán en el registro de votos nulos, con lo cual el impacto de la protesta se puede dispersar. En 2003 el voto por candidatos no registrados fue apenas de 0.06%, 16 mil 447 de un total de 26 millones 738 mil 924 votos depositados en las urnas. En cambio, los anulados fueron 899 mil 227, el 3.36%. El promedio de sufragios nulos en las últimas cuatro elecciones (1997, 2000, 2003 y 2006) es de 2.76% del total, con ligeros repuntes en las elecciones intermedias. Mientras tanto, en los mismos procesos el promedio de votos por candidatos no registrados es de 0.12%, con un repunte muy importante en 2006, cuando llegó a 0.31%, es decir, a 128 mil 825 votos. Cualquier modalidad de voto de protesta tendrá el mismo efecto sobre el cálculo del porcentaje obtenido por los partidos políticos para efectos de conservar su registro; así, de entrada, el movimiento afecta a las fuerzas con menor participación electoral, y particularmente a aquellas que están en riesgo de perder su registro, pues entre más alta sea la votación total emitida, en la que se consideran absolutamente todas las boletas depositadas en las urnas, mayor número de votos requieren para alcanzar el 2%. Sin embargo, al momento de hacer el reparto de curules plurinominales y el financiamiento público, la votación nacional emitida sólo incluye los votos de los partidos que conservaron el registro, lo que beneficia a los partidos que se quedan, particularmente a los que obtuvieron mayor participación electoral, pues como el denominador se reduce, su porcentaje crece.
Hay otros dos probables efectos: En el caso de los votos nulos, de acuerdo con el artículo 295 del nuevo Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales, cuando “el número de votos nulos sea mayor a la diferencia entre los candidatos ubicados en el primero y segundo lugares en votación”, el Consejo Distrital tendrá que realizar nuevamente el escrutinio y cómputo de todas las casillas. De modo que, en algunos distritos, éste podría ser el caso. Así que contiendas muy cerradas en los distritos y un alto número de votos nulos pueden conducir a recuentos totales en algunos de los 300 distritos electorales. El otro efecto se refiere a la opción de votar por candidatos no registrados. En este caso, Sergio Aguayo, uno de sus principales promotores, ya anunció que una vez concluido el proceso electoral, iniciará una batalla jurídica para tratar de lograr que se identifiquen los votos por Esperanza Marchita. Al menos en el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación ya hay antecedentes al respecto, y los magistrados coinciden en que este tipo de sufragios, “además de servir para que la autoridad electoral ejerza sus atribuciones relativas a la estadística electoral”, indican el respeto “a la libre manifestación de las ideas” que establece el artículo 6° constitucional… Ahora bien, el efecto que se busca con el voto de protesta es político, no jurídico. La intención es manifestar el rechazo al actual sistema de partidos, provocar una crisis, o al menos detonarla, y lograr por esa vía que los actores políticos volteen sus ojos hacia la ciudadanía y abandonen su autismo. Para lograrlo, tendrían que superar sustancialmente los números de votos nulos o por candidatos no registrados de las últimas elecciones. Como se indicó, en caso de que esos sufragios cambien el número de partidos que conservan el registro, afectarán el reparto de curules y el financiamiento público que corresponde a cada uno, ya que entre menor sea el número de partidos que participen de este reparto, mayores serán su cantidad de diputados y el monto de su financiamiento. Pero si provienen de votantes tradicionales, los partidos beneficiados de un movimiento de esta naturaleza serán los que cuentan con un mayor porcentaje de simpatizantes permanentes, es decir, de votantes que se identifican con ellos y normalmente votan por esos partidos independientemente de candidatos y/o propuestas. De acuerdo con la más reciente encuesta de Consulta Mitofsky, en el último año el PRI mantiene entre 31.5 y 25.1% de votantes que se identifican con dicho partido; el PAN, entre 24.8 y 21.2%; el PRD, entre 9.3 y 12.4%, y, finalmente, hay entre 30.3 y 33.6% que se autocalifican como independientes, es decir, que no se identifican con un determinado partido político y votan en función de candidatos, propuestas y coyunturas. En este sentido, los ciudadanos menos identificados con un determinado partido político son los más propensos a emitir su voto de protesta, y como estos sufragios se restarán para el cálculo de la votación nacional emitida, los más beneficiados serán quienes cuenten con mayor identidad partidista, es decir, el PRI y el PAN. Además, por los alcances de su estructura nacional y su presencia en los distintos niveles de gobierno, son también estos dos partidos los que cuentan con una mayor capacidad de movilización de electores durante la jornada electoral. Esta capacidad la tiene así mismo el Partido Nueva Alianza (Panal), por su vinculación con el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación. De este modo, los tres partidos que pueden resultar beneficiados indirectamente por los votos de protesta son PRI, PAN y Panal, en la medida en que conservan su voto duro y utilizan su capacidad de movilización para sostener o incrementar su participación electoral; en una segunda instancia, el PRD, cuya estructura es más reducida y también gobierna menos entidades y municipios. Y, desde luego, los perjudicados son el resto: PT, Convergencia, PVEM y PSD. Conforme a la misma encuesta, el PSD ya estaría condenado a perder su registro; y hay tres partidos que están luchando por mantenerlo: Convergencia, Panal y PT; el segundo puede salvarlo gracias a su capacidad de movilización, pero un movimiento de esta naturaleza puede afectar negativamente a los otros dos. Por otro lado, en la asignación de curules de representación proporcional, el voto de protesta beneficiará sobre todo al PRI que, de acuerdo con la encuesta, tiene 37.1% de las preferencias electorales y la posibilidad de obtener entre 210 y 238 diputados, por lo que el movimiento lo puede catapultar a recuperar
la mayoría que perdió en 1997 en la Cámara de Diputados. Según la misma medición, todavía sin el efecto del voto de protesta, el PRI y su aliado el PVEM están en posibilidades de obtener en sus puntos máximos, entre los dos, 252 diputados. La encuesta señala que el porcentaje de participación esperado es de 41.7% de los votantes potenciales, o sea, el mismo que en 2003. Sin embargo, si se toman en consideración los seis años de envejecimiento de la lista nominal de electores y los seis puntos que cayó la participación electoral entre 2000 y 2006, es probable que la participación ronde 35%. Si el movimiento de voto de protesta tiene éxito y logra impactar entre 3 y 5% de votantes, menos de 30% de electores estarían decidiendo la integración de la Cámara y el reparto del financiamiento. El gran interrogante es si este resultado será el inicio de una crisis que sacuda a la clase política mexicana y detone la construcción de un régimen democrático, o el de una involución que nos conduzca nuevamente, en 2012, a la hegemonía presidencial sobre los otros dos Poderes.

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